Homilía | 6 de Septiembre - La ley del amor
P. Kosmas Asenga (TAN)
El evangelio de hoy sábado nos lleva al tema o propuesta del Concilio Vaticano a los religiosos en el decreto Perfectae Caritatis

La ley del amor
El evangelio de hoy sábado nos lleva al tema o propuesta del Concilio Vaticano a los religiosos en el decreto Perfectae Caritatis que fue una reflexión amplia y profunda sobre la vida consagrada: renovatio et accomodatio. Esto dos temas de renovación y acomodación nos acercan a lo que Jesús dijo a los fariseos: “El hijo del hombre es señor del sábado” (Lc 6,5). San Marcos lo presenta de otra manera más clara: “El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado (Mc 2,27).
Esta enseñanza de Jesús a los fariseos es una llamada que les hace para que abran su espíritu a la renovación y a la acomodación. Esta propuesta se alinea bien con el gran mandamiento de amar a Dios y al prójimo. La ley del amor es la medida de la vida de los cristianos y más para nosotros los religiosos. Jesús es el que da razón a esta ley del amor que se tiene que encarnar en nuestra vida. Si se elimina este fundamento en la vida de los bautizados o en los que quieren vivir radicalmente su compromiso bautismal, se queda vacía la fe.
Este vacío se llenará por una ley que no tiene el fundamento divino del amor. Si falta el amor, falta la misericordia. Si no hay misericordia la ley se convierte en dolor físico y espiritual. Esto es lo que vemos en el enfrentamiento de Jesús con los fariseos. En el nombre de la ley, no amamos al prójimo y, consecuentemente, no podemos decir que amamos a Dios.
Hay que reconocer que, la adecuada renovación de la vida religiosa comprende, al mismo tiempo, un retorno a las fuentes de toda vida cristiana, a la inspiración originaria de los institutos y, a la adaptación de estos a las condiciones de los tiempos que cambian en cada época. (Cf. PC 2)
Todo nosotros debemos saber y admitir que la norma definitiva de la vida religiosa es el seguimiento de Cristo. A veces no hablamos mucho sobre el tema del seguimiento. Y, al mismo tiempo la fidelidad a nuestro carisma de una forma creativa. Esta fidelidad creativa nos ayuda a participar en la vida de la iglesia con mucha fecundidad, especialmente en el proceso de la construcción del Reino de Dios en el mundo de hoy, de la creación de un mundo mejor para todo.
Una fidelidad creativa promoverá entre nosotros un conocimiento más profundo y adecuado de la realidad del mundo y de la humanidad. De tal manera que, si sabemos analizar bien las circunstancias de nuestra realidad “a la luz de la fe e inflamados de celo apostólico, seremos capaces de ayudar más eficazmente a los hombres y a nosotros también porque “charity begins at home”.
Como religiosos, el seguimiento de Cristo es la finalidad de nuestra vocación, que lo hacemos concreto a través de los votos, la vida en común y el apostolado. Entonces, hay que considerar seriamente que las mejores adaptaciones que puedan hacerse a las necesidades de nuestro tiempo no surtirán efecto si no las anima una renovación espiritual (Cf. PC 2)
Un capitulo general como este, que celebramos en estos días, es una ocasión para ver si tenemos la misma forma de pensar y actuar que los fariseos, que miran solo la ley y dejan a un lado el amor y la misericordia.
La renovación siempre da miedo. Miedo de perder lo que se tiene y de no alcanzar lo que se planea, de quedarse en el vacío. Un miedo que manifiesta lo frágil y pequeña que es nuestra fe, la poca esperanza que hay en nuestro corazón, el amor condicionado que manifestamos a los demás.
Si ponemos la ley como la única manera de poder cumplir la voluntad de Dios, impedirá todo tipo de renovación y acomodación: los fariseos cumplen con lo que marca su religión y así se sienten seguros, no se cuestionan ni se plantean nada más. Se cierran en sí mismo.
Jesús les dice esta frase para que ellos mismos descubran el error que les domina. Los fariseos no quieren la misericordia, quieren que se cumpla la ley, sea cual sea esta, de vida o no al ser humano. La ley en sí y por sí, sin misericordia, puede causar muchas injusticias.
Cuando Sana Agustín dijo que “ama y haz lo que quieras” está en la misma perspectiva de Jesús. La persona que ama nunca va a perjudicar a los demás, no necesita leyes que le indiquen lo que está bien o mal. Ella lo sabe porque el amor es su ley, su mandamiento.
Nos podemos preguntar si la Orden, si nosotros los religiosos, nos encontramos en esta dinámica del amor y la misericordia, que abre nuestra mente, corazón y apostolados a la renovación y acomodación, o estamos bloqueados por la ley y la tradición que nos atenaza.
San Agustín, al final de la Regla termina con la oración: “El Señor os conceda cumplir todo esto por amor, como realmente enamoradas de la belleza espiritual, y exhalando un buen perfume de Cristo con ejemplar convivencia, no como esclavos sometidos a la ley sino como personas libres bajo un régimen de gracia” (Regla Libro VIII)