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Homilía | 3 de Septiembre – No me han elegido ustedes, he sido yo quien les escogí.

P. Michael Bielecki (VIL)

Un escritor contemporáneo de espiritualidad dijo que nuestra vocación es “El Sueño de Dios para nuestras vidas”.

Bielecki

Un escritor contemporáneo de espiritualidad dijo que nuestra vocación es “El Sueño de Dios para nuestras vidas”. Solo podemos cumplir ese ‘sueño’ con la ayuda de la Gracia de Dios, en tanto procuremos vivir nuestro compromiso como consagrados y no interpretemos, erróneamente, las dificultades como ‘pesadillas’.

En su libro “Agustín de Hipona”, el autor Peter Brown dice: “Agustín deja claro en sus Confesiones que la ‘evolución del corazón’ es lo principal de su ‘autobiografía’. (p.29). “La búsqueda, las tentaciones, los pensamientos tristes [que brotan] de [su humanidad], y la búsqueda de la verdad siempre han sido el “asunto” principal de una autobiografía para el alma, [particularmente de] quien se niega a aceptar seguridades superficiales” (p.159).

Al meditar las historias en la Biblia, y nuestras historias personales, nos ponemos en contacto con los detalles y la realidad del ‘Sueño de Dios’ para nuestras vidas. Nos permite ver en los momentos difíciles de la vida cotidiana, no desastres o pesadillas, sino nuestra participación en el misterio Pascual, siendo otros Cristo. Es por ello por lo cual la interioridad era un aspecto importante de la vida y de la espiritualidad para Nuestro Padre S. Agustín.

Como sabemos, La Regla de Agustín indica que estamos llamados a vivir una vida de interioridad con Dios, en comunión con los demás. Según S. Agustín, ésta es la razón de nuestro estar juntos. “Ante que todo, queridísimos hermanos, amemos a Dios y después al prójimo, porque estos son los mandamientos principales que nos han sido dados” (Regla I,1).

Constantemente se nos dan oportunidades para elegir el amor a Dios o a nosotros mismos. Si buscamos el amar a Dios, la Gracia de Dios (procesualmente) nos liberará de la ‘auto absorción’. Gradualmente aprendemos a colocar el bien común por encima de nuestros deseos personales. En el buscar vivir una vida libre de egoísmos, promovemos los valores del Reino de Dios, el cual, a su vez, enriquece nuestras vidas juntos. “La caridad, como está escrito, ‘no es egoísta’, lo cual significa que coloca el bien común, por encima del ‘propio’; no considerar lo propio por encima del bien común. Por lo que, cada vez que mostramos mayor interés por el bien común que por el propio, sabemos de hecho, que estamos creciendo en la vivencia de la caridad” (cf. Regla V, 31).

El énfasis de Agustín en la necesidad de reflexionar es lo que le permite darse cuenta de lo que él mismo llamó una “providencia implantada”, de manera que se da cuenta que Dios utiliza todo para acercarnos a Él. Agustín ve toda la vida como un don de Dios. Todo aquello que Agustín hizo, el bien hecho y el mal evitado, creía, era realizado por la maravillosa gracia de Dios. Él, el Doctor de la Gracia, llega a darse cuenta, luego de reflexionar tanto en su vida desgastada. Aquella misma gracia maravillosa ha sido, y continúa siendo, operativa en nuestras vidas hoy.

En los acontecimientos de nuestra vida, se nos reta a creer que la gracia es aún operativa. Cuando experimentamos anhelos infinitos, optimismos radicales, inquietudes o descontentos insaciables, insatisfacción ante la muerte, experiencias de amor absoluto, encuentro con la culpa personal, y aún tener la sensación de permanecer con esperanza, la Gracia de Dios vive y mora en nosotros. En nuestras inquietudes, encontramos a Dios.
La confianza en el amor providencial de Dios ha estado conmigo desde mis primeros días en la Orden. Cuando ingresé en la Orden en 1965, antes de que se nos enseñara cómo funcionaba la Liturgia de las Horas, se nos daban oraciones que debíamos recitar diariamente antes de la Misa. Una de esas oraciones, todavía hoy la recito. Por favor, permítanme compartirla con ustedes:

Oh, mi Dios, no sé qué me ocurrirá hoy, lo desconozco. Eso sí, una cosa tengo clara, sé que nada me ocurrirá que no haya sido previsto, querido y preordenado por ti, desde la eternidad. Esto es todo lo que deseo saber. Adoro tus decretos inescrutables y eternos, por amor a ti, de todo corazón me acojo a ellos. Uno este mi sacrificio al sacrificio de mi Divino Salvador, Jesús Cristo, y en Su Nombre, y por medio de sus méritos infinitos, te ruego paciencia en mis sufrimientos, y perfecta sumisión ante cualquier cosa que me ocurra, por tu voluntad divina. Amén. Esta oración me ha dado confianza a lo largo de mi viaje.

Nuestra habilidad de recoger los pedazos rotos de la vida luego de la muerte de un ser querido, la capacidad de intentarlo una vez más, después de la devastación que brota de un fracaso en una experiencia comunitaria, la fuerza de iniciar una nueva tarea, la gracia de seguir luchando contra algunas tendencias pecaminosas, el poder de aceptar aquellos que nos han rechazado, son todas expresiones de la ‘providencia implantada’ de Dios que nos une en esta celebración ante este altar hoy. En cuanto procuramos vivir diariamente nuestros votos religiosos, sin saber qué nos ocurrirá hoy.

Es el regalo de la Providencia de Dios que nos permita continuar abiertos a la infinidad de posibilidades de las maravillas de Dios y sus caminos misteriosos. Cuando creemos, verdaderamente, que existen ‘providencias implantadas’ guiando nuestras vidas, la Gracia de Dios nos da la habilidad de perseverar en el seguimiento de Cristo, a pesar de nuestras altas y bajas, éxitos o fracasos, de la vida de la cual somos ‘totalmente ignorantes’.
Cuando celebramos el aniversario de nuestra profesión u ordenación, podemos erróneamente concentrarnos en el cómo hemos perseverado por tantos años. Sin embargo, como nos lo recuerda San Juan: “no han sido ustedes quienes me han elegido, he sido yo quien les escogí”. Dios nunca cambia de parecer con relación a quién llama, si hay cambios en la relación, no son de parte de Dios, sino nuestros.

Cuando experimentamos la infidelidad, Dios duplica el esfuerzo para permanecer fiel a nosotros, incluso en el utilizar nuestras debilidades, y nuestras infidelidades – de las cuales muchas veces nos arrepentimos – para acercarnos más a Él. Es ahí cuando reconocemos que todo es gracia. El Evangelio será buena nueva para nosotros, si reconocemos como “ha sido Dios quien verdaderamente nos ha elegido” (Jn.15) y que Dios nos ha elegido, sabiendo que podría utilizar, incluso a nosotros, para sus propósitos.

¡El celebrar el Aniversario no se trata sobre nosotros, sino sobre la fidelidad de Dios para con nosotros! Esta fidelidad es la razón por la cual recordamos ‘esas bendiciones olvidades’ con gratitud. Nuestra fragilidad física, los desafíos mentales, y nuestras dificultades emocionales y espirituales nos revelan: “La fuerza de Dios se muestra perfecta en la debilidad” (2Cor.12,9).

Por lo cual, hoy, hacemos memoria del día de nuestra profesión para recordarnos a nosotros mismos cuan bendecidos hemos sido por parte de la ‘providencia implantada’ de Dios, la cual nos ha traído a este momento. Reconociendo con humildad aquella pregunta que hizo el Rey David en el segundo libro de Samuel: ¿Quién soy, Señor, que me has traído hasta aquí? (2Sam.7,18). Esta pregunta nos puede ayudar a ser más agradecido.
Al recibir el Cuerpo y Sangre de Cristo en esta Eucaristía, recordemos aquellas ‘gracias olvidadas’, con el fin de que podamos expresar apropiadamente nuestra gratitud a Dios por traernos a este punto. Que este momento de memoria agradecida nos llene con un renovado celo que nos permita experimentar la alegría y la paz que Dios quiere para nosotros.

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