Talk | 2 de Septiembre - Bishop Luis Marin de San Martin
Bishop Luis Marin de San Martin
Queridos hermanos capitulares, gracias por esta oportunidad de dirigirme a vosotros para ofreceros una reflexión al inicio del Capítulo.

“Mira, hago nuevas todas las cosas”
(Ap 21,5)
Reflexión al inicio del 188º Capítulo General Ordinario
Roma, 2 de septiembre de 2025
INTRODUCCIÓN
Queridos hermanos capitulares, gracias por esta oportunidad de dirigirme a vosotros para ofreceros una reflexión al inicio del Capítulo. La he preparado con cariño y libertad. Brota, sin duda, del corazón y está orientada por el deseo de ayudar. Como idea de fondo, creo que no se trata de buscar un ars non moriendi, sino de procurar un innovatus modus vivendi. Que el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, nos acompañe.
Dos términos griegos resumen perfectamente los tiempos que estamos viviendo.
1. Krisis (momento de cambio profundo, opción y decisión)
El Documento final del Sínodo afirma, de forma rotunda, que “la vida consagrada está llamada a interpelar a la Iglesia y a la sociedad con su voz profética” (Francisco – XVI Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, Documento final de la Segunda Sesión, octubre 2024, n. 65). Creo que, con frecuencia, la crisis de los religiosos en general y de los agustinos en particular responde a tres exigencias: coherencia, credibilidad y visibilidad.
● Coherencia: no se trata solo de citar a san Agustín en nuestros documentos, discursos y homilías; ni multiplicar declaraciones retóricas que abundan en lugares comunes que poco nos implican. Se trata de asumir la experiencia vital y espiritual de Agustín; de vivir, en toda su radicalidad, el carisma de la Orden. Y hacerlo en nuestra realidad concreta temporal, geográfica y cultural.
● Credibilidad: la vida religiosa agustiniana, entendida siempre como realidad eclesial, nos vincula al dinamismo de los orígenes y nos impulsa a un futuro de significatividad y esperanza. Es decir, se presenta como alternativa a los problemas, necesidades, retos del mundo de hoy. No vivamos de las glorias del pasado (por cierto: nunca se puede volver al pasado), seamos fermento vivo en el presente. No se trata de nostalgia, sino de entusiasmo.
● Visibilidad: la espiritualidad agustiniana no se realiza en la “fuga mundi”, sino que se inserta en él. Los agustinos, ya desde los orígenes, van a las ciudades y asumen una variada cura pastoral con la gente y entre la gente. Es preciso superar la tentación del aislamiento (autorreferencialidad, por utilizar el término del papa Francisco) y optar por la presencia y la visibilidad.
2. Kairós (tiempo de gracia, fortuna, riesgo y oportunidad única e irrepetible)
En los tiempos recientes el Señor ha respondido a nuestras peticiones, a nuestras oraciones, con dos regalos, con dos realidades que nos interpelan. Ambos deben tener consecuencias positivas.
● El proceso sinodal en la Iglesia: nos pide implicación, asumiendo la enorme oportunidad de renovación que presenta.
● La elección del primer papa agustino: nos impulsa a no quedarnos en la autocomplacencia y en la pasividad, sino a revitalizar nuestra vida, nuestra entrega.
¿Cómo asumimos estos dos regalos? ¿Cómo respondemos?
“Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado; hemos entonado lamentaciones, y no habéis llorado”. […] “¡Ay de ti, Corozaín, ay de ti, Betsaida! Si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que en vosotras, hace tiempo que se habrían convertido” (Mt 11,17.21).
Jesús nos da la clave: “Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien” (Mt 11, 25-26). El punto de partida es, sin duda, la humildad.
1. LUZ
La elección de León XIV ha unido a la Orden en torno a él. Esto es algo muy hermoso. Él ha dicho “soy agustino” y nosotros decimos “somos agustinos contigo”. Por eso, al Santo Padre debemos:
● Rodearlo con nuestro afecto
● Sostenerlo con nuestra oración
● Ayudarlo con nuestra disponibilidad para seguir sus indicaciones
Ya en el primer saludo al Pueblo de Dios afirmó con rotundidad: “queremos ser una Iglesia sinodal”. Y a la sinodalidad se ha referido en muchas ocasiones. Quiero recordar la homilía durante la Vigilia de Pentecostés, el 7 de junio de 2025: “La tarde de mi elección, mirando con conmoción al pueblo de Dios aquí, recordé la palabra “sinodalidad”, que expresa felizmente el modo en el cual el Espíritu modela la Iglesia. En esta palabra resuena el syn —que quiere decir con— que constituye el secreto de la vida de Dios. Dios no es soledad. […] Al mismo tiempo, sinodalidad nos recuerda el camino —odós— porque donde está el Espíritu hay movimiento, hay camino. Somos un pueblo en camino”. Lo que está en juego es la comunión y el dinamismo.
1. Errores y prejuicios
No comprender bien la sinodalidad tiene consecuencias decisivas: en lugar de ser cauce de la gracia de Dios, podemos ser muro que la bloquea para uno mismo y para los demás.
● Algunos problemas vienen de una deficiente comprensión de lo que es la sinodalidad. No nos guiamos por prejuicios (clericalistas) ni por falsas ensoñaciones (asamblearias), y mucho menos por ideologías extrañas, sino por el Evangelio y la Tradición, dejándonos iluminar por el Magisterio (a este respecto cf. Comisión Teológica Internacional, La sinodalidad en la vida y en la misión de la Iglesia, Vaticano 2018).
● Otros problemas vienen del miedo y de la comodidad. No estamos dispuestos a asumir lo que implica la sinodalidad. Y presentamos excusas: “no hace falta”; “siempre se ha hecho así”; “ya se ha terminado con el Sínodo”. La sinodalidad es una dimensión constitutiva de la Iglesia, nos remite a lo que la Iglesia es en sí misma.
Sinodalidad es profundizar en la comunión con Cristo y con los hermanos; desarrollar la implicación y corresponsabilidad en la variedad de vocaciones, carismas y ministerios; impulsar la misión compartida en el mundo de hoy. No termina.
2. Conversión
El Documento Final nos habla de conversión. Y todo el proceso ha insistido en esto: conversión a Cristo, experiencia de Cristo, transformación en Cristo. Y su estructura nos ofrece una preciosa síntesis: Parte I. Llamados por el Espíritu Santo a la conversión; Parte II. La conversión de las relaciones; Parte III. La conversión de los procesos; Parte IV. La conversión de los vínculos; Parte V. Formar un pueblo de discípulos misioneros.
3. Cuatro principios
Quiero recordar los cuatro principios (cf. Francisco, Evangelii gaudium, 222-237) que, aplicados al proceso sinodal, nos pueden iluminar a modo de claves de interpretación y ayudar en los trabajos del Capítulo:
● El todo es superior a la parte: pensamos en procesos y no en eventos desconectados. Por eso la sinodalidad no se limita y se resuelve únicamente en el Sínodo de los obispos. Sino que aparece como dimensión de la Iglesia, que no termina.
● El tiempo es superior al espacio: se trata de trabajar a largo plazo, sin obsesionarse con resultados inmediatos. La cosecha depende del Señor; a nosotros se nos pide sembrar con generosidad, constancia y alegría.
● La unidad prevalece sobre el conflicto: el conflicto no debe ser ignorado o disimulado, sino asumido, sin quedarnos atrapados en él. Por el discernimiento comunitario, a la luz del Espíritu, puede desarrollarse una comunión en las diferencias. Unidad pluriforme.
● La realidad es más importante que la idea: la idea no termina separándose de la realidad, sino que se concreta en ella. El proceso sinodal se define en la toma de decisiones, en las opciones concretas a todos los niveles. La Palabra se encarna y se pone en práctica.
2. COLOR
1. Bautismo
Retomando la eclesiología del Concilio Vaticano II (cf. Lumen gentium y Gaudium et spes) debemos insistir en que el sacramento fundamental no es el Orden, sino el Bautismo.
● Por el Bautismo nos configuramos en Cristo. Podemos hacer una referencia a la teología agustiniana del Cristo Total (Totus Christus), donde la Iglesia se nos presenta como el Cuerpo de Cristo unido a la Cabeza y que son, en su unión, el único Cristo (cf. San Agustín, Sermón 341,11; 137,1).
● No hay dignidad más alta que la de ser hijos de Dios (Documento final, n. 21). Al asumir el Bautismo como sacramento básico y al contemplar desde él las funciones y los ministerios en la Iglesia, integramos en armonía la igualdad y la pluralidad, superando toda tentación tanto piramidal, clericalista y de poder como esférica, asamblearia y uniforme:
2. Pueblo de Dios
● El Bautismo nos constituye en Pueblo de Dios. La Iglesia es Pueblo de Dios; todos somos Pueblo de Dios (no solo los laicos). Hay una solidaridad, una interdependencia, una participación. Recordemos el “Nadie se salva solo”. O el “Para vosotros soy obispo, con vosotros soy cristiano” (San Agustín, Sermón 340,1).
● Por eso el ministerio ordenado no puede concebirse como el sacerdocio levítico (sacado del pueblo y elevado), sino en el pueblo, del que forma parte y al que sirve. Debemos desarrollar la dimensión de servicio, que es lo que significa el ministerio.
3. Vocaciones y carismas
La Iglesia expresa la belleza de su rostro pluriforme (cf. San Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 40). De aquí extraemos dos consecuencias.
● En primer lugar, cada persona conserva su peculiaridad personal, no se anula cuando integra cordialmente una comunidad (cf. Francisco, Evangelii Gaudium, 235).
● Y, segundo, el proceso sinodal no significa invalidar la realidad jerárquica de la Iglesia. No tampoco se anulan las vocaciones (laical, sacerdotal, religiosa…), carismas o ministerios, sino que se potencian y se ponen en interrelación. “La armonía creada por el Espíritu no es uniformidad y que todo don eclesial está destinado a la edificación común” (Documento final, n. 26).
Tenemos la bella imagen de la Iglesia como Familia de Dios, de referencia agustiniana: unidad en el amor, integración de la variedad, orientación al bien común.
3. SABOR
1. Espiritualidad agustiniana, netamente sinodal.
● Comunión. La misión de la Iglesia es buscar y recorrer caminos de comunión, que encuentra su modelo en el misterio de la Trinidad. El papa León XIV insiste mucho en esto. Agustín sitúa la tarea de realizar el principio del "anima una et cor unum in Deum" (Regla 1,3) y de testimoniarlo. La comunión en la Iglesia no se presenta como uniformidad, sino como unidad en la diversidad de los carismas. El carisma específico de cada uno debe estar siempre al servicio del de los demás, para que a través de él todos disfruten de sus propios beneficios.
● Participación. La Iglesia es una communio fraternitatis, está constituida sobre un vínculo de fraternidad. “Así, pues, hermanos, vemos que cada miembro, en su competencia, realiza su tarea propia. […] Las funciones son distintas, pero la salud es única. En los miembros de Cristo, la caridad es lo mismo que la salud en los miembros del cuerpo” (San Agustín, Sermón 162 A, 5-6). La Orden no la forman solo los frailes, sino también las monjas y los laicos miembros de las fraternidades (cf. Constituciones, III, 40-41). Y si hablamos de “familia agustiniana”, los contornos se amplían. Podemos y debemos estar más interrelacionados, colaborar más como exigencia de nuestro carisma. Por ejemplo en temas como la formación, el apostolado y la información.
● Misión. La Iglesia, peregrina en el mundo, está al servicio del hombre como tal, no simplemente entregándose a una acción de censura o condena ni apoyándose en una dialéctica de oposición, sino comunicando, testimoniando el Evangelio, sin limitarse al círculo estrecho de los que están dentro. En este contexto tiene valor la definición que da Agustín de la Iglesia, que sólo puede ser “católica”, hasta el punto de que sin esta propiedad no existe y mucho menos puede definirse como Iglesia de Cristo. Para Agustín la idea de la Iglesia como comunidad es inclusiva y no excluyente,
2. La Orden de San Agustín
La Orden de San Agustín, asume la herencia espiritual del obispo de Hipona, con quien se identifica, pero desde su propia realidad dentro de las órdenes mendicantes creadas en la Baja Edad Media. Esto se advierte, sobre todo, en las estructuras y en el estilo de gobierno, claramente sinodales. Por ejemplo, a diferencia de las órdenes monásticas, las casas de los mendicantes no se llaman, en principio, monasterios, sino conventos (del latín convernire, reunirse); los miembros de la Orden no se denominan don (dominus, señor) sino fray (frater, hermano) la autoridad no es un abad (abbas, padre) vitalicio, sino un prior, primero entre los iguales, con un mandato siempre temporal; la estructura suprema de gobierno la constituyen los capítulos (locales, provinciales y generales), que se celebran periódicamente con la participación directa o indirecta de los frailes; no se profesa para un lugar determinado (estabilidad), sino para toda la Orden (disponibilidad e itinerancia).
Se trata, sencillamente, de ser agustinos, superando el peligro de asumir otras espiritualidades excelentes y meritorias, pero que difieren de nuestro carisma. Somos agustinos, no benedictinos ni curas seculares. Se nos pide conocer, amar y testimoniar nuestro carisma.
3. Modelo de sinodalidad
Por todo ello la Orden de San Agustín debe ser modelo de sinodalidad para la Iglesia, por la herencia espiritual de San Agustín; por la realidad de la Orden; por su dimensión eclesial.
Quiero agradecer la tarea realizada por la Comisión sinodal de la Orden y por la importante labor realizada a este respecto por tantos hermanos y hermanas en las diferentes circunscripciones y en las estructuras continentales.
4. REFORMATIO
La reforma viene entendida como recuperar la forma inicial (re-forma), considerar los orígenes no como mirada nostálgica, sino como vivencia desde las raíces, desde lo que somos.
Vivir nuestras raíces no significa reducirnos a lo de siempre, ni a repetirlo cansinamente del mismo modo, dejándonos llevar por las seguridades materiales o estructurales y los horizontes limitados. La fidelidad nos lleva a pensar en grande, a abrirnos a la novedad y al cambio, a la fuerza del Espíritu, que un día nos hizo salir de nuestra tierra y parentela para llevarnos a otra realidad (cf. Gen 12,1), y así testimoniar en la vida cotidiana lo que “ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman” (1Cor 2,9). Conviene recordar la historia de la propia vocación. Cuatro retos.
1. Reto Cristológico:
En la respuesta vocacional elegimos la disponibilidad total a dejarnos formar y guiar por la Verdad que no es una idea, sino una persona que nos conoce, llama y acompaña y a quien asumimos como referente primordial de nuestra existencia. Resulta imprescindible:
● Recuperar la centralidad de Cristo y la experiencia de Cristo, no como intención, sino como realidad.
● Potenciar la dimensión espiritual (no espiritualista), sino encarnada, hecha historia, como el Verbo. No se trata solo de formas, sino de contenido, de experiencia, de comunión.
● Recuperar toda la eclesiología agustiniana del Cristo Total y sus implicaciones.
2. Reto Eclesiológico
Sentire cum Ecclesia. No podemos aislarnos, permanecer al margen, pensando que no necesitamos de nada ni de nadie. Al hilo de lo vivido en el proceso sinodal propongo potenciar:
● La relación intercircunscripcional, entre las diferentes estructuras de la Orden. Trabajar más “en red”.
● La inserción en la pastoral diocesana y en las estructuras de gobierno de las diócesis. También en o que se refiere a la relación intercongregacional. Enriquecer y enriquecerse: los carismas están al servicio de la Iglesia.
● El sentido agustiniano y de Orden: colaboración con los demás miembros de la Orden (monjas y laicos) y con la familia agustiniana. Qué hermoso sería que supiéramos ejercer un liderazgo más claro en la Iglesia, es decir, expresar una voz agustiniana sobre los grandes temas, por ejemplo la paz.
3. Reto Evangelizador
En lo que respecta a la vida consagrada, debemos tener en cuenta dos aspectos importantes.
● No olvidemos que el primer apostolado del consagrado es el testimonio de su consagración como vida dedicada por entero a Dios, antes incluso que las concretas acciones apostólicas. No es aceptable la pérdida del carisma con la excusa del apostolado. Evangelizamos desde lo que somos.
● El apostolado es respuesta a las necesidades de la Iglesia. Por eso la misión nos pide “abrir nuestra mente y nuestros corazones a nuevas manifestaciones del Espíritu, a descubrir cómo la llamada y los desafíos del Espíritu nos impulsan ir más allá de nuestras ideas o nociones preconcebidas, más allá de nuestros prejuicios. […] Hoy, Cristo nos envía una vez más, como hizo con los 72, a continuar su misión, sin tener en cuenta el coste, a dar nuestras vidas totalmente a causa del Reino” (R.F. Prevost, Homilía en la Eucaristía de clausura del Capítulo General Intermedio, Manila, 30 de septiembre de 2010). La vida religiosa agustiniana debe estar siempre en salida y recuperar una posición de vanguardia, también en lo que se refiere a la misión.
4. Reto Estructural
● Participación. La vida religiosa agustiniana es participativa y corresponsable en su esencia. De ahí:
o La centralidad de los Capítulos y la periodicidad de su celebración. Si resultan un peso o un trámite más o menos molesto (con expresiones del tipo “no sirven para nada”) se nos está indicando que algo no va bien.
o La necesidad de escuchar y de implicar. Por ejemplo, deben existir y funcionar las estructuras de participación en las parroquias. En esto deberíamos ser modelo para la Iglesia; un agustino clericalista y piramidal es un contrasentido: nuestro estilo es inclusivo y horizontal, en la línea de la eclesiología del Pueblo de Dios, el Cuerpo de Cristo y la Familia de Dios.
● Transparencia, rendición de cuentas y evaluación. Un tema muy importante en el Documento final del Sínodo es el que se refiere a la transparencia, la rendición de cuentas y la evaluación. Es necesario contar con estructuras y formas de evaluación periódica del ejercicio de las responsabilidades de todo tipo (cf. n. 100). Y es necesaria una adecuada información.
CONCLUSIÓN
“Mira, hago nuevas todas las cosas” (Ap 21,5). Estamos viviendo un kairos, una oportunidad de la gracia.
Lo peor que nos puede ocurrir es caer en el “sueño del espíritu”, es decir, dejar adormecer el corazón, anestesiar el alma, almacenar la esperanza en los rincones oscuros de la decepción, la resignación y, en ocasiones, la amargura. A pesar de los límites, la aparente lentitud o la desigual implicación, la semilla sembrada ya está dando frutos. Se requiere humildad y paciencia. Y confiar en el Espíritu, que hace su obra (cf. Francisco, Homilía en la Misa con motivo de la XXVI Jornada Mundial de la Vida Consagrada, 2 de febrero de 2024).
Con todo mi corazón, hermano con mis hermanos, os digo: es el tiempo de la valentía, la implicación y el optimismo; el tiempo de recuperar el entusiasmo y la creatividad; el tiempo de optar por la sencillez; el tiempo abandonar comodidades, apatías, miedos e inseguridades, de liberarnos de lo que nos ata y esclaviza; el tiempo de la autenticidad en nuestra consagración, de volver a las raíces, de entusiasmarnos con Cristo, que nos llama a seguirlo, a implicarnos en su misión, en su Buena Noticia; el tiempo de la renovación y de la esperanza. “Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43,18).
Como última palabra, queda el consejo de san Agustín: “No busques tus cosas. Ten caridad, predica la verdad; entonces llegarás a la eternidad, donde encontrarás seguridad” (San Agustín, Sermón 78,6).
Queridos hermanos, feliz Capítulo. Dios os bendiga.
+ Luis Marín de San Martín, O.S.A.