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Juan Stone, el fraile agustino que se atrevió a alzar la voz contra Enrique VIII: “El rey no puede ser cabeza de la Iglesia de Inglaterra”

Foto del escritor: OSA CuriaOSA Curia

Actualizado: 23 dic 2024



Hay hombres y mujeres que encarnan historias de determinación y fe que atraviesan el paso del tiempo. La Iglesia, al canonizarlos,  sella en el calendario el nombre y testamento de sus obras en el ejercicio heroico de sus virtudes y la confesión de la fe.  

En un contexto convulso, con la Iglesia católica desgajándose en occidente, hubo un fraile de vida recogida y discreto, al que como tantos otros a lo largo de casi mil años, se escuchaba bisbisear el rosario entre el liquen de los arcos de la abadía de Canterbury. 


Un hombre consciente de que paseaba y custodiaba parte de la historia de un Dios al que un rey había pretendido desposeer de su trono celestial para colocarse a sí mismo. 



El origen de una persecución feroz

Cuatro años antes, en 1534, el Parlamento de Inglaterra aprobó el Acta de Supremacía, declarando al rey Enrique VIII como "Jefe Supremo" de la Iglesia de Inglaterra, separándola así  de la autoridad del Papa. Lo que vino a partir de ese momento es por todos conocido: el rey de Inglaterra, enemistado con Roma por la negativa del Sumo Pontífice a anular su matrimonio con Catalina de Aragón, quiso establecer el control total y la eliminación sistemática de cualquier lealtad a la fe católica. 


En 1535, Enrique VIII ordenó que se realizaran visitas en su nombre a los monasterios con el fin de evaluar su estado y tasar sus propiedades. Estas visitas fueron supervisadas por Thomas Cromwell, canciller y consejero privado del rey, que años más tarde firmaría la sentencia de muerte de fray Juan Stone.  


Huelga decir, como la historia ha terminado por comprobar, que aquellos informes de la vida monacal estaban repletos de injurias contra los frailes, exagerando faltas o en favor de chismes y falsificaciones que empezaron por desapropiar la tierra y acabaron por quitar la vida. 


Entre 1536 y 1540 se llevó a cabo la disolución de los monasterios, la extirpación de la libertad de la vida comunitaria religiosa y la confiscación de los bienes de las instituciones religiosas católicas tanto en Inglaterra, como en Gales e Irlanda.


Los escándalos recogidos durante aquel tiempo, magnificados por una ola de protestas constante y una guerra directa de Enrique VIII con Roma, llevó a redoblar las medidas y forzar que el Parlamento aprobase durante aquel ominoso período las famosas Leyes de Supresión, que autorizaban la disolución de los monasterios con ingresos anuales inferiores a 200 libras esterlinas. Para 1539, esta medida se amplió para incluir a todos los monasterios, independientemente de sus ingresos.


Las propiedades y los ingresos recaudados a sangre y fuego fueron transferidos a la Corona, inmersa en costosas campañas militares a lo largo de todo el orbe. Muchas propiedades fueron vendidas a la aristocracia y la nobleza rural, mientras que otros bienes, como el oro y la plata, fueron reservados por y para la Corona.

Algunos reductos de vida religiosa y de clausura, en aquel momento, intentaron resistir, pero tras el asesinato de tres abades, la mayoría se rindió. Los monjes y monjas fueron desplazados y, en algunos casos, destinados a puestos en la nueva Iglesia Anglicana o retirados con pensiones vitalicias. La mayoría aceptaron el soborno.


San Juan Stone no.


“El rey no puede ser cabeza de la Iglesia de Inglaterra”


Nuestro fraile se encontraba en el convento agustino de Canterbury, cuando el 14 de diciembre de 1538 llegó un agente de Enrique VIII con la orden de cerrar la casa. Fray Juan fue el único miembro de la comunidad que se atrevió a decir en alto «que el rey no puede ser cabeza de la Iglesia de Inglaterra», declarándose dispuesto a afrontar la muerte en defensa de la fe católica. 


Fue inmediatamente arrestado y conducido ante el canciller Cromwell. Conocida para entonces era ya la piedad y devoción de fray Juan, pero la prueba que la vida le tenía preparada acabaría por convencer que a veces las injusticias se firman con pluma de ganso de punta plateada. 


Cromwell, a medida que fue intimando con fray Juan en interminables e insufribles interrogatorios en la Torre de Londres por espacio de un año, más redoblaba sus deseos de doblegar la voluntad de Juan. Lo intentó persuadir de mil maneras, le ofreció todo lo que se puede ofrecer con tal de que cambiara su postura y aceptara la autoridad del rey sobre la Iglesia. Sin embargo, Stone se mantuvo firme en su convicción de que solo el Papa podía ser cabeza de la Iglesia. 


Durante su encarcelamiento, Stone añadió penitencias voluntarias a su sufrimiento, tal y como recogen las fuentes bibliográficas que dan testimonio de su firmeza y devoción a la fe católica.


A pesar de las presiones y los intentos de persuasión, Stone no cedió. Compañeros suyos agustinos intentaron persuadirlo para que diera su asentimiento a la nueva normativa, pero nada ni nadie consiguió convencerlo. 


Finalmente fue juzgado por traición y condenado a muerte. 


El 27 de diciembre de 1539, hace 485 años, fue arrastrado hasta una colina de la ciudad de Canterbury, llamada Dane John, donde fue ahorcado y después descuartizado, como a todo aquel que osase contradecir la voluntad del Rey. 


Su lealtad a la Iglesia Católica y su negativa a someterse a los poderes de este mundo lo convirtieron en un mártir. 


Beatificado en 1886 por el Papa León XIII, fue canonizado por Pablo VI el 25 de octubre de 1970.  




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