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Peregrinos venidos de todos los rincones del mundo se acercan a Pavía a conocer a San Agustín, “icono de la conversión”

  • 23 set
  • Tempo di lettura: 4 min

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En el peregrinaje hacia Tor Vergata, Roma, para participar en el Jubileo de la Juventud 2025 junto al Papa León XIV, grupos de jóvenes venidos desde Chile, Argentina, Panamá, Florida o el barrio neoyorquino de Brooklyn hicieron escala en Pavía para expresar su fe y amistad a San Agustín.


Durante estos días, la Basílica de San Pietro in Ciel d’Oro, donde reposan los restos de nuestro amado padre, se ha llenado de voces jóvenes, cánticos en multitud de idiomas, sonrisas cómplices y silencios cargados de espiritualidad. Los peregrinos del Jubileo, artífices y receptores de esperanza, pasaron por aquí para encontrarse con San Agustín, maestro y buscador de la verdad. Una parada “dichosa”,  intensa y emotiva entre piedras centenarias que custodian una fe que no tiene fronteras.


Hablamos con el P. Aldo Bazan OSA, fraile del convento que acompañó durante el verano a muchos de estos grupos en la comprensión profunda de este gran santo.


P. Aldo, ¿cuántos grupos han pasado?

Los fuimos anotando a medida que se iban registrando ya en primavera, antes de la elección de nuestro querido Papa León XIV, pero al final perdimos la cuenta. Además de los grupos registrados, llegaron otros de forma espontánea que se integraron muy bien con los ya presentes, compartiendo liturgias, catequesis y reflexiones. También esto es una hermosa señal de comunión en nombre de Agustín.


¿De dónde venían?

De todo el mundo: Europa occidental y oriental, América del Norte y del Sur, algunos desde Asia como peregrinos de Sri Lanka y también un grupo egipcio. Entre los no registrados, había presencia de algunos países africanos.



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¿Qué buscan los jóvenes en San Agustín? ¿Y qué encuentran?

Buscan muchas cosas, muy diversas, pero todas incluidas en el camino de conversión que Agustín describe con precisión en las Confesiones: una fe coherente, una guía para comprender bien la Palabra de Dios sin los errores que vivió el joven Agustín… Una cercanía, en definitiva, con alguien que no fue perfecto pero que lo logró.


¿Qué encuentran los jóvenes en él?

Encuentran un amigo que sabe lo que significa la verdadera amistad, tanto en tiempos confusos —antes de la conversión— como en tiempos luminosos —después de ella—. Encuentran un amigo que vivió sus mismas pasiones, que tuvo una buena carrera civil pero que se dio cuenta de que eso no bastaba para alcanzar la verdadera felicidad. También descubren, muchas veces con sorpresa, a una madre, santa Mónica, que nunca abandonó a su hijo, incluso cuando no compartía sus decisiones de vida, y que rezaba, rezaba, rezaba. Encuentran los afectos de una familia, una familia verdadera, lejana en el tiempo pero no en el corazón.


¿Los jóvenes que llegaron a Pavía ya conocían a San Agustín?

Claro que sí, de una forma u otra: algunos por estudios filosóficos, otros por haber leído alguna de sus obras, otros porque pertenecen a una parroquia dedicada a San Agustín, o forman parte de un grupo agustiniano… de todo. Los animadores de los grupos hicieron en general un buen trabajo de preparación. Por eso nuestra presencia como frailes agustinos es muy útil, porque al escuchar sus intervenciones y preguntas, pudimos aclarar aspectos que no conocían o no habían comprendido su importancia.



¿Por ejemplo?

Me gustó mucho el título de una catequesis ofrecida por un grupo de habla española: San Agustín, Icono de la Conversión. Es un título que resume mucho de su experiencia. Sabemos que Jesús, desde sus primeras palabras en los evangelios —“El tiempo se ha cumplido, el Reino de Dios está cerca: conviértanse y crean en el Evangelio”— subraya la centralidad de la conversión al verdadero Dios, y por tanto toda la historia cristiana es una historia de conversión desde el primer minuto.


En esto, San Agustín no es el primer converso, pero sí el primero que exploró toda su vida viéndola bajo la mirada de la providencia y la misericordia de Dios, que lo acompañaba incluso cuando él no lo sabía. Lo que se narra en las Confesiones trasciende en el tiempo porque Agustín entra en los meandros del corazón inquieto, que es siempre igual en cada época, y revela las razones de un camino —accidentado, sin duda— que encuentra la verdadera vía solo cuando se dispone realmente a acoger la indicación de Otro y no a hacerlo todo por sí mismo.


El episodio del tolle, lege es el primer germen de verdadera humildad que vive Agustín. Pero hay algo más que me ha impactado profundamente.


¿A qué se refiere?

San Agustín “solo”. Muy a menudo se hablaba de Agustín como si fuera un “héroe solitario” de su tiempo: sobre el término “héroe” podemos debatir, pero sobre “solitario” es un grave error.


No solo toda su vida está llena de amigos —los que duran poco y los que duran toda la vida, como Alipio—, sino que incluso un momento tan personal, íntimo y particular como el del tolle, lege, que abre a Agustín a la conversión… es un momento que comparte inmediatamente con Alipio, provocando también su conversión, y juntos van con Mónica a contarle lo que les ha sucedido.


Este aspecto sorprendió a todos y mostró a los jóvenes cuán importante es compartir la fe que estaban viviendo juntos en este peregrinaje. Incluso la verdadera amistad tiene un lugar importante en nuestra relación con Dios.


¿Qué diría que se llevan los peregrinos tras su paso por Pavía?

La belleza de una fe compartida y vivida en comunidad, un buen amigo al que mirar cuando las cosas parecen no ir bien, la conciencia de que, a pesar de todos los errores que cometemos, somos amados y asistidos por un Padre que vela por nuestro camino para hacernos verdaderos hijos suyos.


Y espero, también, que se hayan podido llevar el sello de una pequeña comunidad de frailes agustinos que sigue manteniendo viva en la actualidad esa llama que han venido a venerar y por la que han rezado por muchas razones —algunas expresadas, otras guardadas en el corazón— y que puedan considerar siempre un poco como su casa.


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